Reseño 'Maldita Alejandra' de Ana Müshell, en El Cuaderno Digital
El poder de las sombras en otoño
Dionisio López reseña Maldita Alejandra, un viaje de la fragilidad al renacimiento, con el arte como refugio y salvación
/una reseña de Dionisio López/
La lectura de Maldita Alejandra. Una metamorfosis
con Alejandra Pizarnik supone adentrarse en una experiencia a medio camino
entre el ensayo lírico, la crónica íntima y la biografía en espejos cruzados. Ana
Müshell logra tender un puente sincero y desnudo entre su propio proceso de
fragilidad y reconstrucción vital y la figura de Alejandra Pizarnik, de modo
que la lectura nunca se limita a un recorrido documental, sino que se convierte
en un diálogo vivo, a veces tierno, a veces desgarrado, entre dos mujeres que
se buscan en la escritura y en la herida.
La primera parte, «Larvas», instala al lector en una
cartografía compartida de fobias, miedos y silencios. Pizarnik aparece como una
interlocutora íntima, una presencia fantasmal pero cálida, que se sienta en el
sillón, fuma, lee y acompaña las ansiedades cotidianas de la autora
contemporánea. El dispositivo es radicalmente original: Alejandra no es un objeto
de estudio, sino un brazo en el vacío; convirtiéndose en una compañera de piso,
una confidente a la que se le prepara café y con la que se dialoga acerca de la
vida, la muerte y la posibilidad de seguir adelante. La enfermedad mental, la
soledad y los terrores se convierten, en esa convivencia imaginaria, en
materiales de resistencia.
«Crisálida», segunda parte del libro, introduce un
desplazamiento temporal y espacial hacia los años europeos de Pizarnik. Allí se
vislumbra a la poeta argentina en París, en pleno cruce con los círculos
literarios y artísticos, pero también en el filo de su abismo personal. La
narradora actual reconstruye con minuciosidad los rastros de esas estancias,
cotejando biografía, diarios y cartas, pero sin perder nunca la vibración
íntima. Se trata de un viaje doble: a la Europa de Alejandra, con sus
entusiasmos y sus quiebras, y a la Europa interior de la propia autora, que
encuentra en los pasos de la poeta argentina un modo de reconocerse a sí misma.
La tercera parte, titulada significativamente «Suave
insecto con alas», culmina esta doble travesía con una poderosa metáfora: la
metamorfosis de la polilla, leve y frágil, pero al mismo tiempo capaz de mudar
pieles y reinventarse. Aquí el texto se convierte en un registro estremecedor
de la cuenta atrás de Alejandra hacia su final en 1972, y a la vez en un diario
de sanación de la narradora, que aprende a habitar la soledad y a construir una
rutina sin que esta se transforme en cárcel. El contraste es brutal y
conmovedor: mientras Pizarnik se hunde en la vorágine de la autodestrucción, la
narradora contemporánea consigue transformar el diálogo con ella en un impulso
vital, en una pedagogía de la resistencia.
Lo admirable de este cierre es cómo la autora logra
sostener la verdad académica y rigurosa —con referencias a los diarios, a
biografías como las de Cristina Piña, a las amistades literarias de Pizarnik y
al contexto cultural de la época— sin renunciar nunca a la emoción. Como sucede
en los diarios de Anaïs Nin o Cesare Pavese, en las páginas de Sylvia Plath o
en la prosa de Marguerite Duras, aquí lo íntimo se convierte en materia
literaria y, a la vez, en materia existencial: escribir sobre sí misma es
escribir también sobre la condición humana, sobre la precariedad y la necesidad
de construir un espacio desde el que resistir.
A este clima se suma un elemento que da al libro una
dimensión inmensa y profunda, una textura cálida y envolvente: las ilustraciones
que lo acompañan. Con sus tonos ocres y anaranjados, con sus marrones y azules,
cercanos a un otoño perpetuo, las imágenes funcionan como ventanas paralelas al
texto, espejos fragmentados en los que Alejandra se multiplica y se disuelve, y
donde la narradora encuentra un rostro en el que mirarse. La paleta cromática,
lejos de ser un mero adorno, envuelve al lector en una atmósfera de tiempo
suspendido, como si cada página fuese un atardecer en el que memoria y presente
se confunden. Cada dibujo es una prolongación del alma del texto, creando un ambiente que respira
junto a las palabras, deteniendo el tiempo, invitando a la pausa, a la
contemplación, y ofreciendo un refugio donde el lector puede sentir la
fragilidad, la melancolía y la intensidad de Alejandra de manera más profunda.
Aportan
corporeidad emocional: no solo vemos la historia, sino que la sentimos en los
ojos y en la piel; conectan la narrativa con un mundo sensorial, casi táctil,
casi olfativo, que potencia la experiencia poética del lector y hace que cada
escena quede impregnada de calor humano, nostalgia y ternura. En definitiva,
son un eco visual del lenguaje, reforzando la musicalidad y la intimidad de la
obra.
Maldita Alejandra no es solo un libro sobre Pizarnik: es un libro con
ella. Es un testimonio de cómo las voces literarias pueden atravesar el tiempo,
dialogar con quienes las leen y convertirse en compañía para quienes enfrentan
sus propios demonios. De ahí su fuerza política y cultural: recuerda que la
literatura puede salvar, que la poesía no es mero ornamento, sino una forma de
respiración compartida.
El desenlace, con la evocación del suicidio de
Alejandra y la imagen de las palabras como cicatrices que acariciar, funciona
como un canto fúnebre y, a la vez, como una declaración de vida. La enumeración
final —“Cigarrillo. Humo. Melancolía. Un papel garabateado. Eternidad”—
condensa esa tensión entre lo efímero y lo eterno que constituye la herencia de
Pizarnik. Ana Müshell, al cerrar su propio diario, no entierra a Alejandra, sino
que la devuelve a la vida como un fantasma luminoso que acompaña a los lectores
contemporáneas en su deseo de estar vivos.
En suma, Maldita Alejandra es una obra
inclasificable -biografía lírica, diario terapéutico y conversación espectral-:
un espacio en el que Alejandra Pizarnik sigue hablando y en el que nosotros, lectores,
aprendemos no solo a leerla, sino a sobrevivir con ella. Una obra creada con la
delicadeza feroz que solo la belleza puede permitirse y que nos recuerda que la
fragilidad no es lo contrario a la fuerza, sino su forma más alta.
Maldita Alejandra
Ana Müshell
Lumen, 2022
192 páginas
21’90 €


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