Reseña de 'Santuarios' de Tente Garrido

¿Dónde están nuestros santuarios hoy?

 

Dionisio López reseña Santuarios, el nuevo libro de poemas de Tente Garrido

 

/una reseña de Dionisio López/

 

El pasado 16 de mayo, a las extrañas nueve de la noche, nos juntamos para presentar estos Santuarios en el Espacio Belleartes de Cáceres. Me gusta que este libro, que es algo así como un libro de oraciones de una religión laica, se presentara en un sitio así, una galería de arte, un bar… porque esos lugares, junto con las bibliotecas, las librerías, los museos, las filmotecas… son esos templos para aquellos que no creemos en otras trascendencias. Y es donde encontramos refugio y cierta compañía.

«Yo también me escondo entre la gente», escribe Tente Garrido. Y, sin embargo, este libro es un acto de todo lo contrario: de exposición radical, de entrega, de desobediencia íntima. Presentar Santuarios es acompañar a un poeta que no teme profanar lo sagrado, ni sacralizar lo profano cuando en ello hay verdad.

Tente nos ofrece un poemario lleno de cuerpos, de cicatrices, de semen, de objetos domésticos, de mierda, de ternura, de rebeldía. Un libro que se construye desde el margen, desde la basura reciclada, desde lo que duele y, por eso mismo, resiste. Es un libro que, como dice uno de sus poemas, «no quiere regular nada», sino mostrar lo que hay: en lo social, en lo íntimo, en lo político, en lo amoroso, en lo corporal.

Este no es un libro de poemas con vocación de ornamento. No viene a ser simplemente hermoso. No busca solo gustar. Viene a hablar claro. A romper con lo sagrado de la poesía. A decir lo que pocas veces se dice. A meterse con los cuerpos y con sus temblores, sus miserias y su deseo. A transitar el dolor, la ira, el sexo, la vergüenza, la política, el amor, lo cotidiano. Y lo hace desde un lenguaje directo y claro.

Porque Santuarios no se construye con cúpulas doradas ni vitrales. Se levanta sobre sofás sucios, pasillos con charcos, papeles higiénicos y termostatos mal regulados. Y, sin embargo, no deja de ser un libro espiritual. Una espiritualidad terrenal e incómoda, que no se confiesa a través de la culpa sino de la lucidez.

Uno de los poemas que mejor encarna este tono confesional es «Conversión». En él, el yo poético se declara culpable «sin remordimiento», acepta sus «pequeños fascismos de cada día» y se muestra en su más humana mediocridad:

Me olvido de reponer el papel higiénico,
niego obviedades y me rasco
entre los dedos de los pies.

Pero es precisamente esta honestidad brutal la que convierte el poema en un gesto de resistencia. Al no ocultar lo que socialmente nos avergüenza, se alza contra los discursos que nos exigen ser productivos, limpios, regulados, perfectos.

Esa crítica a la normatividad aparece en «Regular», uno de los poemas más sarcásticos del libro. En él, el verbo «regular» se convierte en una obsesión social que lo invade todo: la calefacción, el volumen de la música, los ritmos intestinales, el sexo, las emociones:

Regular los besos,
las caricias.
Regular la bebida,
el tabaco y las ganas de follar
—sabiendo que todo esto sería regularmente
excepcional—.

El lenguaje se convierte aquí en un campo de batalla, en una letanía burlesca de lo que se espera de nosotros para ser aceptables, «pasables», «medianos». Pero también deja entrever lo que se resiste: el deseo, lo irregular, lo verdaderamente excepcional.

El cuerpo atraviesa todo el libro. En «Templo», Garrido dialoga directamente con la moral cristiana para subvertirla desde el placer, el dolor y la colectividad:

Mi cuerpo NO es un templo sagrado.
Es refugio, es casa,
es carretera transitada en ambas direcciones,
es área de servicio.

El poema desmonta la idea del cuerpo como propiedad privada, como objeto de pureza o de redención. Lo convierte en lugar de tránsito, de intercambio, de gozo y de herida. Y esa mirada es profundamente política: habla de cuerpos disidentes, de cuerpos que no caben en el canon, que aman, que sangran, que follan, que lloran, que recuerdan. Cuerpos en plural. Porque Santuarios no es solo un libro íntimo, es también un libro colectivo, coral.

En «Caja de resistencia», quizás el poema más encendido del libro, la voz poética estalla contra la violencia estructural, doméstica, social:

Aporrean la puerta
un millón de muertos:
amantes, padres, hermanos, maridos
—hombres, prohombres, protohombres
semihombres—.

Aquí la sintaxis se rompe, el ritmo se acelera, las imágenes se condensan hasta formar una pira, un exorcismo de rabia y memoria. El cuerpo es tomado, invadido, desbordado. Pero también es defendido con uñas, con fuego, con palabras.

Y entre todo eso, en medio del deseo y la destrucción, aparece también la ternura. Poemas como «10/6» muestran el desamor con una mezcla de tristeza, humor absurdo y belleza derrotada, con imágenes como esta:

Has dejado regado todo el camino de vuelta
con pequeños charcos
(como el idiota de Pulgarcito desperdiciando el chusco
que se comen los pájaros).

Aquí el humor y la melancolía se dan la mano. El poema es una carta de amor no enviada, una derrota sin épica, un cuerpo que espera, desordenado, sin sombrero, sin mapa, sin certeza.

Cerramos el libro y nos preguntamos ¿dónde están nuestros santuarios hoy?, ¿en qué rincón del cuerpo, de la cocina, del recuerdo, del deseo se guarda aún algo que no haya sido colonizado, mercantilizado, reprimido? No lo sabemos, pero seguramente, una parte de lo sagrado hoy en días se encuentre en libros tan honestos como este.

Santuarios, en definitiva, es una obra que araña, que no se conforma con ser leído en silencio. Se quiere dicha, compartida, discutida, subrayada. Es un libro para quienes no encuentran su lugar y, sin embargo, lo construyen. Con rabia. Con deseo. Con palabras.

 

Santuarios

Tente Garrido

Averso, 2025

88 páginas

12 €



 

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