Fernando, al fondo del pasillo
Tuve la inmensa fortuna de ser alumno de Fernando Tomás durante 3º de BUP y los primeros meses de COU (hasta que marchó para hacerse cargo de la EREX). Recuerdo sus clases como uno de los momentos más iniciáticos de esos confusos años de la adolescencia. Recuerdo su ironía, su pasión tranquila. Recuerdo su timidez, pero también su amabilidad cuando coincidíamos muchas noches (portal con portal) él bajando la basura y yo paseando a Rocky. También recuerdo
cómo en algunos exámenes vespertinos acudía acompañado de su hijo y cómo jugábamos y bromeábamos diciéndole que su padre se parecía a un ministro del gobierno (esto me lo recordó el propio Fernando P. hace unos meses). Pasado el tiempo, como un personaje de la Comedia humana de Balzac que se va apareciendo en sucesivas novelas en diferentes momentos de su vida, he ido enriqueciendo aquella imagen primera escuchando las evocaciones de sus amigos (Álvaro, Miguel Ángel…), las anécdotas de su hermana Isabel, leyendo todo lo que encontraba de él. Y uno se ha ido sintiendo un poco acompañado al poder incorporarlo a esa nómina de figuras en las que uno piensa cuando necesita referentes a los que asirse, cuando las aguas se revuelven, cuando dudas de la bondad o la integridad. Pero también, poco a poco, me he ido sintiendo un tanto huérfano, maldita sea, por no haberlo conocido ya en mi edad adulta. Sospecho que hubiera disfrutado mucho conversando con él.
Todo esto lo digo porque hoy ese
retrato poliédrico ha vuelto a expandirse con la presentación de El cuaderno
de hule negro, una muestra de sus relatos, en una preciosa edición (EREX,
serie Rescate) y donde ya he podido leer la emocionantísima e inteligente
introducción que hace su hijo Fernando, ese al que hacíamos de rabiar en las
tardes de exámenes. La vida, sí, me ha regalado contar con el cariño de este
Fernando III (al que tanto admira este Dionisio III). Durante el acto Asunción
Fernández ha leído un hermoso texto escrito por Fernando hijo (o nieto, y
también padre, “Uno se vuelve más hijo cuando de pronto es padre”) en una carpa
llena.
Ya en casa, me he emocionado al
leer “Ojalá estuviese todavía, contestando al fondo del pasillo”. ¡Qué tonto!
Yo, que apenas lo conocí.
(Perdonadme la tristeza, pero
llevo meses que no doy para más)



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