Manuel Simón Viola habla sobre 'Los nombres de la nieve'
NOTAS AL MARGEN
Blog de Simón Viola
LOS NOMBRES DE LA NIEVE
Dionisio López
Santiago de
Chile-Barcelona, RIL Editores, 2022, 74 págs.
Ilustraciones
de Javier Fernández de Molina
Dionisio López nació en
Cáceres en 1978 donde se licenció en Filología Hispánica tras cursar la carrera
entre las universidades de Extremadura y Salamanca. Es profesor de literatura.
Ha publicado relatos y poemas en diferentes obras personales (Entramados,
2017), antologías (Abrazos de náufrago, 2009; Al final poesía,
2013; ...Y si todos dicen que es de noche, 2019; Conclausa,
2020; Cuentos de AFAL, 2020; El club de los relatores,
2020; Letras para los ODS, 2020...) y en revistas literarias (Sinergia,
2008; Heterónima, 2019; El Espejo, 2021...). Ha
adaptado, junto a otros profesores, textos dramáticos de distintas épocas (Quedamos
en el XVII, Quedamos en el XIX). Dirige el blog de reseñas
literarias Aves de paso. Los nombres de la nieve se
compone de tres bloques o “libros” (“Blanco”, “Silencio, “Azul”) enmarcados por
dos poemas, uno de apertura (“Memoria”) y otro de cierre (“Pavesa”), unos
textos sobres los que Javier Rodríguez Marcos considera en
contraportada: “La vida pone a veces a prueba a la poesía y le demanda un
nombre para aquello que no lo tiene. A sangre y fuego, terriblemente. Si no
sirve entonces, no servirá nunca. O solo será retórica, ejercicio de estilo.
Mejor callar entonces. Los nombres de la nieve nace de una de esas pruebas, de
uno de esos momentos en que las palabras se confunden con un aullido y
construyen un salmo negro no nacido para alabar a Dios sino para maldecirlo.
Sabemos que la nieve que-ma. El libro que ha escrito Dionisio López, también”.
Reproducimos una composición del libro segundo (“Silencio”).
XIV
INSOMNIO
Cuando cayó la primera gota,
negra como el silencio,
yo no sospechaba la
tormenta.
Lenta y muda, espina de la
noche,
hambriento gusano en la
carne,
inundó mis huesos, desgarró
el barro y la palabra
(hachazo de yerro en el
tiempo y el polvo)
y yo miraba al cielo sin
saber que no miraba.
Después llegó un otoño de
sombras en el pasillo,
donde un lago invisible ya
era parte de mí.
Como un esbozo encallado
las manos negras de su piel,
el vacío respirar por las
paredes,
la cuna fría en sus ojos,
se fueron clavando en un
paisaje
con aire de cementerio.
Deambulo cada noche por la
casa
acariciando la huella de tus
pasos,
como un perro herido por los
rincones
busco el viento de una ausencia
y pregunto en el vacío de la nada
a un dios callado y cobarde. Ciego.
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